Como la vertiente política de los Reyes de España Luis I y Luisa Isabel de Orleans es bien conocida, intentaré de una forma más amena, destacar la faceta más entrañable y humana de nuestros protagonistas, que a la postre, es lo que nos interesa a nosotros en esta ocasión.
Podemos comenzar diciendo que el amor entre Luis y Luisa Isabel, surgió a primera vista por un retrato de ella, que le enviaron al Príncipe desde Francia cuando contaba 14 años. Al parecer, le agradó tanto nada más verla, que tuvo que ser retirado de su habitación a causa de su repentina afición a los “trabajos manuales”. A buen entendedor con pocas palabras basta. Esta anécdota la conocemos por un despacho que envió el embajador francés Saint-Aignan.
Sería un 19 de enero de 1722, por la tarde, con tan sólo 12 años, cuando visitó Cogollos por primera vez la Princesa Luisa Isabel, adelantándose a la comitiva española que procedente de Lerma, debería haberle dado la bienvenida en nombre de la Familia Real.
Al frente de esta comitiva de recepción, se encontraba el Duque de Arco a quien se le había encargado la misión de saludar a la Princesa, en nombre de sus Majestades.
Sin embargo, los Reyes Felipe V, María Luisa de Saboya con su hijo el Príncipe Luis de 15 años de edad, con el fin de conocerla mejor, tuvieron la ocurrencia de vestirse con unas ropas vulgares de calle y subirse a una de las carrozas de la comitiva del Duque para pasar de este modo desapercibidos. En COGOLLOS, fueron recibidos por la Princesa Luisa Isabel, pero la indiscreción de una de las Damas, hizo advertir a la Princesa, que se trataba de una artimaña de la Familia Real. Entonces, al intentar besar las manos de sus suegros, éstos reaccionaron dándole un cálido abrazo para posteriormente pasar a una agradable conversación. Nuestra VILLA fue testigo DE este primer ENCUENTRO entre dos enamorados. Sin embargo, al cuarto de hora, sus Altezas y el Príncipe Luis, tuvieron que subir de nuevo a la carroza porque se hacía muy tarde para regresar de nuevo a Lerma.
Luisa, por su parte, nerviosa y feliz por la ansiada cita, pernoctó ese día en Cogollos y al día siguiente, partió con su comitiva hacia Lerma, donde le aguardaba la Familia Real. Llegó a las dos de la tarde, pues según los usos de la Corte, la boda debía celebrarse antes de la cena.
El enlace se celebró en el Palacio Ducal de Lerma y fue oficiado por el Cardenal Borja. Más tarde, después de una exquisita cena, tuvo lugar el gran baile en honor de los recién casados que lo abriría Isabel de Farnesio y el Príncipe de Asturias. La fiesta resultó muy alegre y se prolongó hasta las dos de la madrugada.
Al finalizar, siguiendo la tradición francesa que los Borbones trajeron a España, parte de la concurrencia siguió a los Soberanos hasta la Cámara donde se encontraba la habitación de la Princesa. Allí, la reina desnudó a Luisa Isabel y el rey al Príncipe de Asturias. A continuación, los metieron en la cama y como manda la tradición francesa, los recién casados se dieron un beso antes de cerrar las cortinas que colgaban del techo. Una vez corridas las cortinas, los testigos, despedidos por sus Majestades, fueron abandonando el dormitorio lentamente. Finalizado el acto y como la mascarada ya había terminado, sacaron rápidamente de la cama al Príncipe, a pesar de sus protestas y le llevaron malhumorado a su cuarto, cosa que no es de extrañar en las presentes circunstancias. Pues previamente, se había acordado que dada la corta edad de los cónyuges (12 y 14 años), se esperaría un tiempo prudencial hasta que el Rey viese oportuno consumar el matrimonio. Esto se hizo realidad cuando a Luisa le llegó la menarquia con 13 años. Y así, el verano de 1723, festividad de San Luis y cumpleaños del Príncipe, consumaron el matrimonio una vez concedida la aprobación real.
El día 22, se pondría la comitiva en marcha hacia Madrid y desde su llegada a la Corte, la Reina Luisa Isabel de Orleans protagonizó múltiples incidentes, posiblemente debido a un “trastorno de inestabilidad emocional”, posiblemente a su corta edad. Lo que le hizo merecedora de fuertes censuras por su conducta extravagante, pero este aspecto, mejor ignorarlo.
Lo importante es que cuando el joven rey enfermó de viruela en agosto de 1724, la Reina lo cuidó cariñosamente prodigándole todo tipo de cuidados sin separarse nunca de su lado, exponiéndose al contagio, como así ocurrió aunque con distinto desenlace al de su esposo. A los 229 días de haber ascendido al trono, el Rey Luis I murió en Madrid el 31 de agosto de 1724, con diecisiete años recién cumplidos.
En 1725, la Reina Luisa Isabel, viuda, con 15 años y sin descendencia, movida por la nostalgia de aquel feliz primer encuentro con el Príncipe en Cogollos, nos visitó de nuevo y permaneció algunos días entre nosotros. Aquí recibió la visita de una representación del Monasterio de las Huelgas.
Finalmente, la enlutada, regresó a Francia por voluntad de la reina Isabel de Farnesio y tras permanecer en un convento durante dos años, residió el resto de su vida en el Palacio de Luxemburgo en Paris. Falleció a los 32 años en la más profunda soledad y fue enterrada en una sencilla tumba del templo de San Sulpicio de la capital francesa donde puede leerse el siguiente epitafio: Ci-git Louise Elisabeth / Reine douairiére / D´Espagne (Aquí yace Luisa Isabel / Reina viuda / de España).
Bibliografía:
“Casamientos regios de la Casa Borbón, 1701-1879”.
- ”GACETA DE MADRID”, 28 de enero de 1722
“Memorias junio 1721-abril 1722”; autores: Saint-Simón; Publicaciones Universidad de Alicante
- Archivos del Monasterio de las Huelgas (Cfr. op. cit., tomo V, págs. 155-156).
DAVILA, Alfonso: “El reinado relámpago”; Espasa Calpe S.A.